…acerca de: “yo no creo que el único asunto en el arte (o lo que sea) sea el asunto del conocimiento”
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Una de las principales afrentas a la tan llevada y traída otredad de la cultura, es el abusivo confort que la trinchera de lo móvil provee. Ante lo indefinido, lo indiscernible, el desencanto, lo transdicsiplinar, lo complejo, el pastiche, los principios de incertidumbre, el desvanecimiento, lo transversal, el pensamiento débil, la intertextualidad, el relativismo, lo ecléctico, la libre interpretación, el pluralismo o el desmoronamiento de todas las grandes narrativas, surge una suerte de práctica que aprovecha hábilmente el enrarecido y confuso panorama dejado por estas, para, hora justificado, no proponer nada. Tiene que ver un poco con aquello que hablábamos acerca de los excesos pues. Cuando se dice que hay otros asuntos y no se dice cuales, se está dejando un sin número de posibilidades abiertas y haciendo uso de una trampa posretorica que utiliza, precisamente, el discurso de la otredad para sonar chick. Si decimos que existen otras cosas en arte y no podemos decir cuáles son, entonces no estamos diciendo nada. El recurso de lo abierto o la posibilidad de todas las alternativas, funciona en algunos casos solo como evasiva.
…acerca de: “es precisamente de esa única posibilidad de entender el arte, que ahora nos hemos librado”
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No dudo que existan territorios artísticos a los cuales la inteligencia no pueda acceder, ya sea por sus características inmanentes o por la falta de métodos adecuados. Es esa inaccesibilidad la que hace inútil, cuando no gratuito, cualquier tipo de debate en ese sentido. Si no es posible acceder con la razón a esos campos, entonces tendríamos que intentar hacerlo con otros métodos (alma, espíritu, éter, genio, sentimientos o sabe que) y como dice Jaques Lacan “en ese preciso momento cualquier posibilidad de intercambio racional termina, porque esos sentires solo tienen afirmación en lo individual”*. La idea de que el arte permite formas de comunicación más allá de la inteligencia, solo viene a reforzar rancias proyecciones postcatólicas de temor primario, o en el mejor de los casos vestigios ortodoxos de romanticismo del siglo XIX. Jaques Derrida decía al respecto que “el espectador contemporáneo no debería mirar ya hacia su interior, hacia sus sentimientos o sus vivencias al momento de enfrentarse al arte de nuestros días, porque ahí solo encontraría laberintos solipsistas; la actitud de quien enfrenta una obra de arte no debería ser en absoluto diferente a la de quien lee un libro”* es decir contratos y transacciones intelectuales pues.
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Una de las grandes contribuciones del arte contemporáneo es haber podido hacer a un lado la nociva mística pseudo espiritual que agobió la discusión sobre arte durante cientos de años, no por que no exista, si no para abrir paso a un dialogo inteligente, racional y objetivo, donde las subjetividades y los “yo creo” pudieran ser omitidos en favor de lo profesional. Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.
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Por otro lado, pareciera una necesidad recurrente en el medio que intentemos desmarcarnos a toda costa de cualquier vestigio moderno. ¿En verdad todo lo que se produjo en la época moderna es tan negativo? ¿No existen cosas que, dentro de toda la barbarie, sea digno rescatar? ¿No serían el conocimiento, la inteligencia, la razón, lo objetivo, lo científico, lo asequible, entre otras, características plausibles de ser reevaluadas en esta época que se caracteriza precisamente por reconfigurar? ¿En verdad queremos seguir inmersos en un oscurantismo medieval y teológico, donde cualquier discusión es inútil, no solo en arte si no a cualquier nivel, ante la imposibilidad de establecer acuerdos?
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Tal vez definirnos como modernos o posmodernos o transmodernos o altermodernos o hypermodernos sea un ejercicio nimio y sea más productivo identificar aquello que suma para lo humano sin importar su procedencia teórica. Más urgentes en ese sentido son, sobre todo aquí en Morelia, tareas como la de potenciar la negociación de otras condiciones de equidad (como en el caso Efraín Vargas) que es precisamente donde se activan y se vuelven más nocivos esos fantasmas de lo espiritual en el arte, sobre todo por la inevitable interacción y la creciente interdependencia con los individuos y sectores que constituyen nuestro mundillo del arte.
Lacan, Jaques. El triunfo de la religión. Paidos. 2ª. Edición en 2006.
Derrida, Jaques. La escritura y la diferencia. Anthropos editorial. 1989.
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Victor Manuel Jiverd